jueves, 3 de febrero de 2011

Peruchografía por Javier Calvo


"La fortuna de los escritores muertos es todavía más azarosa y paradójica que la de los vivos. La ascensión post-mortem de Roberto Bolaño al Olimpo de los iconos pop globales, un fenómeno del que últimamente se ha escrito bastante, es tan excepcional y espectacular que –pese a que el pobre Bolaño se perdió sus capítulos más gloriosos– en cierta manera se puede considerar uno de los grandes happy endings de la historia literaria reciente. No todos los escritores tienen la misma suerte, claro. Ensalzado en los 70 y 80 como el mejor novelista español vivo, Juan Benet vio (si es que puede vernos allí donde está) cómo a partir de su muerte poco a poco iba quedándose sin lectores, al desaparecer su figura carismática de la escena literaria que en gran medida presidía. Probablemente no ayudara a su causa el hecho de que su discípulo más importante, Javier Marías, pronto se convirtiera en una figura mucho más apreciada por el público, sobre todo en el extranjero. En general me da la impresión de que a los autores que alcanzan una gran popularidad en vida las va peor cuando se mueren (me vienen a la cabeza los casos de Cela y Torrente, por ejemplo, a quien me da la impresión de que ya nadie lee). En algunos casos, la gestión de la obra lo es todo. Por ejemplo, la obra del poeta Juan Eduardo Cirlot, subterráneo durante gran parte de su vida, cobró vida y vuelo después de su muerte y ha sido editada prodigiosamente bien por sus herederos. El caso que me ocupa aquí, como lo son inevitablemente todos, es un caso complejo y azaroso de vida literaria post-mortem.
Autor de una decena de novelas y de una cincuentena de obras que desafían cualquier categorización de género, Joan Perucho (1920-2003) fue de hecho, durante su larga vida, un autor bastante conocido y leído, y eso a pesar de que su obra se puede interpretar en muchos sentidos como una reacción contra todas las tendencias literarias imperantes en su tiempo y en cierta medida incluso contra el mismo tiempo que le tocó vivir. Pese a que muchos lo admiraron, él jamás dejó de ser un escritor raro, de hecho, cada vez lo fue más. Raro en el sentido de completamente único y también en el de autor de una obra extraña, fascinante y enigmática, que mezclaba lo arcano y lo irónico como no conozco a ningún otro escritor que haya mezclado ambas cosas. La muerte, como les pasa a muchos, pareció sepultar rápidamente un legado literario que ya durante su ancianidad empezaba a perder el favor del público, paradójicamente en el mismo momento tardío en que le llegaron los homenajes y el reconocimiento institucional. Ahora mismo, de hecho, en el 2011, Joan Perucho parece un autor increíblemente lejano en el tiempo, pese a que solamente hace diez años que todavía estaba escribiendo.
Escribir sobre Perucho no me resulta fácil. A partir de cierta edad, todos los lectores hemos construido una especie de Panteón más o menos inamovible compuesto de la docena aproximada de escritores que van a ser los más importantes de nuestras vidas. Por lo menos, esa es mi experiencia. Y normalmente nos resulta más fácil escribir sobre los demás escritores, los que nos gustan menos, porque a los de nuestro Panteón se nos da mejor venerarlos sin más, experimentarlos sin hablar de ello, como si difundirlos casi equivaliera a mancillar nuestra relación con ellos. Otras veces, cuando pienso en escribir sobre un autor que significa tanto para mí como Perucho, descubro que tengo tantas cosas que decir y dedicaría tantos cientos o miles de páginas a él, que casi es mejor para todos no decir nada. En todo caso, yo prefiero pensar que esa misma muerte que ha relegado a Perucho a una especie de olvido generalizado (salvo excepciones, claro) también le ha hecho un favor paradójico, el más grande de los favores, en realidad. Lo ha transmutado. Al alejarlo de la atención pública que no creo que él apreciara demasiado, lo ha convertido en el mismo tipo de escritor que él admiraba. El escritor secreto, el enigma. Ese talismán que uno busca ávidamente por librerías polvorientas de viejo. El escritor abscóndito, cuya biografía él transformó en un arte completamente sui generis.
Perucho también es una de las grandes pruebas de que la Historia de la literatura no funciona tal como defiende un sector de la crítica, avanzando de forma análoga a la ciencia, adaptándose a los tiempos que corren mediante una evolución en que cada generación cuestiona y rebasa a la anterior, sintetizando los descubrimientos literarios de su época y empujándola a un futuro más avanzado. La mayoría de buenos escritores desafían con sus obras este modo de pensar, pero Perucho especialmente. La obra de Perucho, vista desde el momento presente, resulta más arcaica y al mismo tiempo mucho más moderna que la de sus coetáneos. Es una cifra irreductible a la historiografía literaria. Como ha escrito en varios lugares Julià Guillamon, el principal exegeta y gran gestor de su legado, Perucho inventó su propio género literario, donde la ficción breve se combina de forma única y explosiva con el periodismo, el falso reportaje, el ocultismo, la ciencia ficción, la comedia negra, la religión, el poema en prosa y el puro experimento. Se trata en cierta forma de un escritor completamente experimental, porque el verdadero experimentalismo es el individualismo. Y digo “individualismo” en el buen sentido, como hipertrofia de la individualidad.
No pretendo describir aquí la obra de Perucho para hacerla más atractiva al lector que no la conozca, por las razones que ya he dado y también porque es una obra especialmente refractaria a la descripción. En cierta manera me da la impresión de que es su extrema inefabilidad, la condición necesariamente fallida de toda peruchografía, lo que ha facilitado su olvido en una época en que la presencia relativa de las cosas depende de su capacidad de ser nombradas mediáticamente, sintetizadas y transformadas en contenido transmitible. El objeto de este post es reflexionar acerca de la vida después de la muerte, y más concretamente hacerlo a partir de un evento editorial como es la reedición de las dos primeras novelas de Perucho, en fastuosas ediciones a cargo del mencionado Guillamon: Llibre de cavalleries es La Magrana y Les històries naturals en 62. El evento que es esa publicación se perderá en la marea ingente de novedades editoriales de todos los meses. La dinámica editorial –pese a que señalarlo me convierta en el clásico comentarista peñazo y casi resentido– tiene ese odioso efecto nivelador. Lo grandioso y lo insignificante se ponen a la misma altura. Las mesas de novedades y las páginas de suplementos se encargan de borrar la importancia relativa de cada cosa. Y lo que es más paradójico, una obra literaria tan arriesgada y fascinante como la de Perucho, todavía sin superar en materia de experimentalismo, será soslayada en beneficio de cosas mucho más previsibles, aburridas, gregarias y pretenciosas.
La buena noticia es que en el mundo mucho más fascinante de la literatura secreta, Perucho se ha mudado a ese mismo universo de magos, viajes con espectros, autómatas, plantas carnívoras, edificios inclinados, vampiros y escritores olvidados que retrató en sus libros. Y allí se lo podrá encontrar siempre."

Por Javier Calvo. Publicado originalmente en www.sigueleyendo.es, vía elblogdejaviercalvo.blogspot.com

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