jueves, 20 de enero de 2011

El autóctono curioso y el nativo actor. Las exposiciones etnológicas en Barcelona.

"(...) Barcelona no fue una excepción a la moda de lo exótico. Al participar en estas exposiciones coloniales, e incluso organizándolas, se imbuye de la misma estética y de la misma forma de hacer.

En un texto de un anuncio, publicado en la sección de espectáculos de la prensa de la época, leemos:

Los Ashantis.
Pueblo negro.

Ciento cincuenta individuos.

Abierto de día y de noche. Ronda de la Universidad, 35.

Entrada 1 peseta; los jueves, día de moda, entrada 2 pesetas


A lo largo de todo el verano y el otoño de 1897, la exhibición constituyó un acontecimiento muy importante para la ciudad condal. Según unos periodistas, el solar de la Ronda Universitat no estaba adecuado para ese tipo de exhibición porque era muy pequeño. No habían árboles, ni tampoco todos aquellos elementos decorativos que hubieran podido contribuir a aumentar el potencial atractivo de la exposición. Considerando lo que se solía hacer en París y Londres, se pensó que existían otros lugares más adecuados, como por ejemplo el Parc de la Ciutadella. Según los comentarios de la prensa, el espectáculo fue calificado como “la verdadera atracción de la temporada”. Una exposición original y pintoresca que debía ser conocida por todas las personas interesadas en los usos de las “razas negras”.

La presencia de este poblado va a provocar un interés por conocer los detalles de su historia y de su cultura. Los ashantis representaban claramente para los ciudadanos de Barcelona el prototipo de una tribu de salvajes. La dicotomía salvaje-civilizado está presente en muchos de los comentarios del momento. Además, no olvidemos que era una época crítica para España. En plena guerra en Cuba y Filipinas, la prensa no se ahorraba de juicios nefastos, interpretaciones bestiales, paternalistas y de irónica conmiseración sobre los colonizados.

Los ashantis ofrecían varios espectáculos y el público miraba con morbosidad la desnudez de los negros, cuyos únicos vestidos eran unas túnicas de colores intensos. Estos tipos masculinos y femeninos poseían en toda su plenitud lo que los franceses llaman “la ligne”, la línea artística, el dibujo nítido de la forma humana. La visión de estos cuerpos “fuertes y nerviosos”, “de piel suave y sangre generosa”, ejercieron un encanto poderoso sobre los ciudadanos de Barcelona. El precio de la entrada valía la visión de la desnudez sin artificio y sin esfuerzo de los actores ashantis. La pulsión oral del burgués mirón, así la llamaría Freud, fue abundantemente satisfecha por los cuerpos de hombres y mujeres, por el vigor plástico y escultural que ostentaban bajo ligeros vestidos.

Al visitarlo por primera vez, me planté ante un negrazo que, inmóvil, vagarosa la mirada, recostado en escultórica actitud junto a un poste, semejaba a una magnifica estatua de bronce. Su traje no podía ser más sencillo. Me inspiró un sentimiento de profunda envidia; estábamos allí, delante del negro, 5 o 6 mirones, sudorosos, medio asfixiados por el calor, aprisionados en nuestras incomodas y ridículas vestimentas, embutidos dentro de diez o doce prendas, cuya necesidad no explicará nadie jamás.
Y la primera conclusión que me asaltó fue la de que el ashanti iba vestido más racionalmente que nosotros; con más comodidad y con mejor gusto y verdadera elegancia. Un simple pedazo de tela bastaba para cubrir su cuerpo y darle un aspecto estético; para presentarse en publico no habrá de ser tributario y esclavo de una docena de industriales como lo es el europeo. ¿No es esa sencillez un signo indiscutible de superioridad?



Lo que hemos apenas citado parece una critica explicita a la sociedad de consumo propia de la civilización industrial y mercantil hecha por un ideólogo del anarco-primitivismo de nuestros días. En realidad estamos en el año 1897 y es confortador leer alguien que escribe sobre la superioridad de la sencillez y no habla mecánicamente de las virtudes de la metafísica, de las doctrinas económicas, de la ciencia administrativa, de la retórica, de la poética, del derecho, de la microbiología y de la dinamita. Por fin suspiramos, nos está saliendo una sonrisa liberatoria. La rabia nos había mantenido hasta ahora en apnea y con la piel de la frente arrugada.

Tres años más tarde, en 1900, vino la troupe indígena de Búfalo Bill. El circo de este legendario héroe del far west contaba con la presencia de varios indios americanos. También vino un grupo de inuits de la península de Labrador. Se instalaron en el teatro El Nuevo Retiro antes de desplazarse a Madrid. La prensa, al hablar de los esquimales, destacaba la altura media de las mujeres: tan sólo 1,25 metros. Pero quizás uno de los espectáculos humanos de más éxito fue la presencia de un grupo de cien senegaleses en el Tibidabo, en el espacio que ahora ocupa la atracción del avión. Venían de una gira por Le Mans, Nantes y Amiens. Estuvieron entre marzo y finales de agosto e incluso se vendieron postales.

El último zoológico humano del que se tiene constancia en Barcelona es el de la tribu fulah, de Guinea Ecuatorial, que se instaló en 1925, también en el Tibidabo, aunque ya con menos repercusión (...)"

Estracto de Zoológicos Humanos: El mayor espectáculo exótico de Occidente por Antonio Marco Greco.

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